Hola a todos:
Reflexión:
Envío una nueva entrega de Muñoz Molina, que no por constatada deja de
resultar sangrante, y esclarecedora de cómo hemos llegado hasta aquí, y
de que en efecto no hay ninguna 'crisis' sino un despilfarro
escandaloso, un avance y arraigo del imperio de la estupidez y la
corrupción; desde todo tipo de instituciones se quemaron vagones de
dinero, se tiraron al mar toneladas de dinero, y no sólo para nada; lo
peor es que ese dinero ni siquiera existía: era puro crédito, o sea
deuda: la que nos toca pagar ahora a las gentes. A lo peor el sabio
tenía razón, y: "...El dinero, bien
saben las gentes que no hace feliz a nadie. Y ni siquiera en su forma
más perfecta puede al Capital hacer feliz al capitalista (que los
burgueses de la dorada burguesía fueran felices, tal vez se deja
sospechar; pero eso en todo caso no es realidad, sino sueños históricos
de realidad) porque es que, mal que les pese a los políticos y
empresarios, servidores de la Moral (la invertida, y a pesar de ello tan
real y dominante) el bien no se consigue por medio del mal ni los
bienes con males: el capital, siempre alimentado de miseria ajena, es
moneda de ley falsa, viciada por la pena de que se ha amasado, y que así
nunca puede servir para el disfrute de la vida, sino sólo para gastarse
en nuevas formas de miseria adinerada. Ahora bien, la falta de dinero,
(cifras rojas, carencia, indigencia, desahucio, o venta de la fuerza de
trabajo) resulta que es también dinero, por eso, en una realidad
dineraria por esencia, lo de
“no hay vida como la del pobre, teniendo pan que le sobre” es sólo una
vanidad en boca de adinerados, ligeramente sanguinaria; y así es que la
falta de dinero tampoco da la felicidad. Ésta requeriría una situación
en que la riqueza no se opusiera a pobreza alguna; lo cual quiere decir
la supresión de toda forma de dinero, desde la más perfecta, el Capital
sublimado, hasta la más arcaica, siendo Dinero el nombre de las cosas
todas, que las convierte en entes ideales, por tanto vendibles y posibles..."
Por otro lado, desde hace muchos años, personalmente trato
de "ausentarme" de la capital con motivo de las fiestas, y
especialmente en estos últimos tiempos. Nada resulta más obsceno que
tirar cohetes mientras hay gente rebuscando en las basuras para comer.
Lo he visto. Señoras "de mediana edad y pinta de buena gente", con medio
cuerpo metido en el contenedor por el agujero de media altura, una
bolsa en la mano para ir metiendo lo conseguido, etc. Mientras la
gentuza mandamás pronuncia discursos y pregones desde los balcones
oficiales, asiste de traje y una corbata así a todas las pantomimas
organizadas por ellos mismos, se codea con los obispos en las criptas,
chupa cámara a gran plana de las serviles televisiones locales ("que
para eso están", faltaría más), y todo el largo y macilento etcétera que
no sólo no les sonroja, sino que no habría fuerza en el mundo que les
des-convenciera de que eso es lo que hay que hacer. Incluso esgrimirían
la más estúpida de las justificaciones: "eso es lo que la
gente quiere". Snif.
En fin, "oh triste tarde", os dejo con Molina:
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TODO LO QUE ERA SÓLIDO
"...Eligieron
fomentar la pertenencia ciega y no la ciudadanía electiva, la mitología
y no el conocimiento histórico, el narcisismo quejumbroso y exigente y
necesitado
siempre de halago y no la responsabilidad, el clientelismo y no la
soberanía cívica, la grosería disfrazada de autenticidad y no la
educación, la imagen y no la sustancia. Pasaron de las consignas
ideológicas a los eslóganes de la publicidad electoral sin detenerse
nunca en el libre pensamiento. Les fue mucho más cómodo y rentable
alentar la fiesta que el esfuerzo, el espejismo que la realidad, el gran
espectáculo de un día que el trabajo prolongado a lo largo del tiempo.
Dejar que se degradara la educación o fomentar abiertamente la
ignorancia les permitía difundir mentiras y leyendas sin miedo a que los
refutaran. El sectarismo les aseguraba lealtades y adhesiones mucho más
firmes que el asentimiento racional, que es reversible porque no
excluye el desengaño o el simple cambio de opinión. El sectarismo
político les ofrecía una división del mundo tan radical como las
fronteras territoriales de las identidades. Se trataba, se trata
todavía, de ser de un partido como de una raza o una tierra originaria,
de ser de izquierdas o ser de derechas con la misma furia con la que se
era católico o protestante en las guerras de religión del siglo XVI,
tan íntegramente como se era cristiano viejo o hidalgo en la España de
la Contrarreforma y de la limpieza de sangre. La rigidez corporativa de
los partidos políticos se ha ido volviendo más esclerótica a medida que
se convertían en maquinarias de colocación y reparto de favores y que
colonizaban espacios de la sociedad que deberían haber permanecido
abiertos al mérito, al debate y al activismo civil. Quien no está con
nosotros es porque está contra nosotros. Del mismo modo que el
nacionalismo divide la inocencia o la culpa, lo valioso o lo
despreciable, la verdad o la mentira, según el lado de la frontera
geográfica, el sectarismo actúa trazando fronteras toscamente
ideológicas. Cualquier crítica que venga de alguien que
está en el otro lado no merece ningún crédito. Cualquiera que se
declare independiente es todavía menos de fiar que el visible
adversario. Entre un adversario y un enemigo no hay ninguna diferencia.
La mayor parte de los que tenían conocimientos y sabían hacer cosas se
marcharon hace mucho tiempo de la política o fueron expulsados de ella.
Han quedado y han ascendido los que no teniendo otra forma de prosperar
en la vida se han limitado a una obstinada militancia, a una ilimitada
disposición de obediencia, en el mejor de los casos, y de corrupción en
el peor. En ningún otro campo profesional se puede llegar más lejos
careciendo de cualquier cualificación, conocimiento o habilidad. Se
puede dirigir un hospital y hasta ser ministro de sanidad sin tener la
menor noción de medicina, y ocupar un puesto de alto rango en la
política internacional sin hablar ningún idioma extranjero. En mis años
de trabajo en la administración municipal tuve
superiores que no sabían escribir correctamente Beethoven ni Varsovia y
que sin más requisito que el carnet de un partido han gestionado
algunas de las instituciones de máximo relumbrón en España. He visto a
un administrativo entrar de concejal en 1979 y sin haber adquirido
ninguna cualificación aparte de la de la maniobra política llegar diez o
doce años después a presidente de una de esas cajas de ahorros que nos
han llevado a la quiebra. Cuando a Sancho Panza se le presenta la
oportunidad burlesca de ser nombrado gobernador no tiene la menor duda
sobre su propia idoneidad para el cargo, aunque no sabe leer ni
escribir: lo único que necesita es su condición probada de cristiano
viejo; incluso el analfabetismo es una garantía añadida de su ortodoxia,
porque certifica que no ha podido leer libros de herejes..."
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