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jueves, 22 de agosto de 2013

Las fiestas intocables.

    Se aproximan las fiestas patronales, o sea, una nueva entrega del dispendio absurdo, de la mentira del Poder, de la usurpación de cualquier atisbo de 'fiesta' verdadera, es decir, surgida desde el pueblo, para ser en cambio impuesta desde Arriba; concejales al efecto, gastos millonarios, ruido y efectismo a rebosar, discursos y pregones para maquillar el vacío y la mentira con máscaras de culturetismo barato y tradicionalismo cateto, pompa y colorines para esconder que, como decía el Sabio: "de Arriba no puede caer nada bueno nunca, el Poder no sabe lo que es bueno, y por tanto no puede dárselo a nadie". Sin embargo, han conseguido adocenar a las poblaciones sacralizando la idiotez ("Idiotas en sentido original, ya que idiotés nombra en griego clásico a quien delega indefinidamente en otros la gestión de aquello común, y por tanto suyo" Antonio Escohotato dixit), de modo que, en el colmo de la aberración, esas masas de ciudadanos que deberían ser críticos con tales "fiestas" ( y tantas otras cosas) se vuelven, por la perversión y el contagio de sus patéticos prohombres, los más desaforados defensores de la farsa y la mentira. Así, a quien se le ocurre levantar la voz contra tales celebraciones se le condena a la hoguera, incluso por sus propios "conciudadanos". Que no les toquen las fiestas. A tal extremo ha llegado la contaminación del discurso de los mandamases. Al hilo, dejamos otra pequeña entrega del "Todo lo que era sólido", de Muñoz Molina:

"En el territorio sagrado los líderes políticos son encarnaciones de la esencia del pueblo: cualquier crítica o acusación contra ellos es una injuria a la comunidad entera; lo que provoca un movimiento defensivo; el llamamiento a cerrar filas y no a abrir una investigación. Cualquier dispendio será justificado como necesario si su finalidad es el fortalecimiento de la identidad colectiva, la recuperación de alguna seña de identidad. La verdadera discusión pública se hace cada vez más difícil: nada de lo que caiga dentro del ámbito de lo propio puede ser puesto en duda, ni el sueldo de un jerifalte político ni el presupuesto de una cadena de televisión ni el maltrato a un animal aterrado e indefenso en una fiesta de pueblo. No hay objeción que no sea imperdonable, y que no ponga a quien la hace bajo la sospecha automática de complicidad con el enemigo, y por lo tanto de miembro indigno de la comunidad. La coacción invisible de lo que no es conveniente decir se suma al chantaje directo o a la compra con dinero público de aquellos medios de comunicación cuya tarea en la sociedad democrática es el ejercicio de la información y de la crítica, y a la omnipresencia de la propaganda oficial. Poniendo o quitando anuncios de sus innumerables campañas un gobierno autónomo o un ayuntamiento han podido hundir o salvar un periódico local durante todos estos años. A medida que los cargos públicos se iban hinchando como sátrapas, cada uno a la escala de su zona de dominio, los periodistas e informadores se encogían para adaptarse nerviosamente o ávidamente a su nueva tarea de cortesanos. La corrupción, la incompetencia, la destrucción especulativa de las ciudades y de los paisajes naturales, la multiplicación alucinante de obras públicas sin sentido, el tinglado de todo lo que parecía firme y próspero y ahora se hunde delante de nuestros ojos: para que todo eso fuera posible hizo falta que se juntaran la quiebra de la legalidad, la ambición de control político y la codicia —pero también la suspensión del espíritu crítico inducida por el atontamiento de las complacencias colectivas, el hábito perezoso de dar siempre la razón a los que se presentan como valedores y redentores de lo nuestro—. La niebla de lo legendario y de lo autóctono ha servido de envoltorio perfecto para el abuso y de garantía de la impunidad.

«El lenguaje político  —dice Orwell— está diseñado para hacer que las mentiras suenen a verdades y que sea respetable el crimen.» Asesinos confesos regresan a su pueblo al salir de la cárcel y reciben el homenaje de sus paisanos. Despilfarradores y ladrones vuelven a ser aclamados y elegidos por la misma ciudadanía a la que llevan decenios estafando. Al salir de los juzgados, los mayores sinvergüenzas de la vida pública se sumergen en una multitud de seguidores, el buen pueblo compacto al que pertenecen y al que simbolizan, no en virtud de una pasajera representación electoral, sino porque sí, porque son parte de su esencia, médiums de su sagrada voluntad. Si vuelven a presentarse a unas elecciones volverán a ganarlas. Que los de fuera o los del otro bando se hayan atrevido a procesarlos y a encontrarlos culpables es una prueba de que son inocentes, un episodio más en la persecución que lleva durando tantos siglos. Pedir responsabilidades a un individuo es insultar a una patria. Envuelto en la oportuna bandera un delincuente es un héroe. Además de la ventaja de la probable impunidad se obtiene el lujo de perpetuar el agravio, y por lo tanto el victimismo y la queja, y por lo tanto la identidad, fortalecida de nuevo gracias al ultraje. Mientras los concejales de Cultura costeaban danzas folclóricas y fiestas bárbaras para el jolgorio de borrachos, los de urbanismo recalificaban terrenos y escondían debajo del colchón los fajos de billetes de quinientos euros con que los constructores afines les pagaban los favores. Cualquiera que se atreviese a poner alguna objeción, porque las nuevas urbanizaciones eran ilegales o porque arrasaban espacios naturales protegidos, corría el peligro de ser linchado por una ciudadanía agradecida a sus benefactores..."

Autor: Un ciudadano del pueblo.

1 comentario:

  1. no puedo evitar la tentación de dejar el enlace a esta parabola musical, disfrutadlo.
    http://www.youtube.com/watch?v=mijmfaa0xfw

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