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Tiene gracia que suceda, al contrario, que lo que la gente común sabe de sobra es que precisamente son los políticos el verdadero cáncer del sistema. Que son ellos, ellos, los políticos, los que se aprovechan del sistema para sus mezquinos intereses personales y partidistas. Que son ellos los que dinamitan constantemente el sistema, despilfarrando el erario público en subirse los sueldos y pagarse dietas, en financiar a los bancos (que encima son quienes fabrican las crisis), en tan fastuosas como inútiles campañas electorales. Son ellos a quienes se ha oído decir textualmente: “Yo me he metido en política para forrarme”. Que son ellos los que una y otra vez desacreditan a las instituciones, los que corrompen la justicia, tanto politizándola como haciendo juicios paralelos en prensa y declaraciones, alguna tan clara y sangrante como “Me da igual lo que diga la justicia”, o sea: “Me paso la justicia por el forro”. Son ellos, los políticos, los que han construido y mantienen una ley electoral que les beneficia injustamente ante partidos y agrupaciones minoritarios, son ellos los que con una desvergüenza inaudita mantienen en sus listas a implicados en corrupción. Los que se han autoimpuesto la inmunidad parlamentaria, en contra de la propia constitución que expresa claramente que todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Son ellos quienes con sólo unos pocos años en cargo público obtienen la pensión máxima vitalicia. Son ellos quienes han aprobado las infames e inmorales empresas de trabajo temporal, una vergüenza en sí mismas y un insulto a los trabajadores. Son ellos los que permiten la existencia de medios de comunicación sectarios, politizados, manipuladores, vendidos al capital y a la publicidad, a la telebasura, a la crispación y el esperpento. Son ellos quienes permiten que empresas con miles de millones de beneficios puedan despedir impunemente a miles de trabajadores, etc. etc. ¡Son ellos, son ellos!
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